Ser, estar, parecer. Son verbos predicativos, de los que necesitan un predicado, una continuación, un complemento directo para entenderse y darse sentido. No puedo solo ser, no puedo solo estar, no puedo solo parecer.
Parecía un oasis aquella isla en los días que duró el Glocal Camp. Un paréntesis en la vida diaria. Como si, de pronto, tuviéramos que desaprender parte de los vicios adquiridos. Como si fuera mucho más que un encuentro de gente afín, de hippies postmodernos que reparten su tiempo entre su afición por la cerveza o el Autocad, y las ganas de cambiar el mundo.
Las inteligencias de muchas gentes distintas reunidas son capaces de romper hasta los peores muros. Hasta los nuestros propios. Esa inteligencia no se le presupone solo a la mente; el cuerpo es sabio, tiene memoria. Todos los cuerpos y las cuerpas fueron los que construyeron y dieron forma física a este Glocal Camp.
Por mi cabeza desfilan pedazos de imágenes deshilachadas.
Recuerdo la coherencia lingüística y la capacidad de ordenar ideas de Irene (y lo bien que da en cámara). La fuerza con la que Maje ganó la batalla a los virus que pretendían dejarla encerrada en una cama. El mar de conceptos en el que navega la mente de Ioanna y las ganas de escucharla en cuanto se pone a ordenarlos. La libertad de Hulya, su movimiento, su independencia, su fuerza como mujer. El cuerpo de Conchi marcando el ritmo a la música, y no al revés. Laura venciendo a base de twerk al heteropatriarcado y fotografiando cada instante subida a los armarios. Pascual fregando, cuidándonos y riéndonos. Virginia grabándolo todo, hablándolo todo, bailándolo todo hasta abajo. Jonathan gestionando y organizando talleres por el día y por la noche convirtiéndose en un cañero de la ruta del bakalao. (Todo lleno de gerundios, como si fuera un fotograma a cámara lenta, de esos que nunca quieres que terminen).
Lila con su movimiento de caderas y su melena, sin hacer mucho ruido pero estando cerca, siempre. Sebastiano con su ritmo innato y su valor para cuestionarse los privilegios de su género. Julie combinando psicoanálisis con batidos de brócoli y chupitos de ron, miel y limón. Alfonso con la cabeza llena de datos, de ideas, de ganas de compartir. Las conversaciones con Pablo y los paseos imaginarios por la costa castellonense y los baños en la música mediterránea. Bentejuí vestido de anfitrión, siempre dispuesto a echar una mano y a presumir de archipiélago. Artemi con sus sonrisas y su capacidad organizativa perfecta con la que ha hecho que tanta gente nos sintamos tan bien. Adrián dispuesto a derribar los muros del machismo -con la ayuda de Toño- a golpe de chistes y el problema social de la vivienda a base de cohousing. María y su cabeza, que anda a una velocidad superior a la del resto de los mortales, llena de proyectos, de preguntas. Rachel -y Matilda- con sus vídeos, nos contó su vida y nos dimos cuenta de que se parecía mucho a la nuestra.
Todas, todos, fueron importantes porque le dieron sentido al verbo pertenecer, un verbo que aterrizó despistado en la hermosa isla que fue -y que es- el Glocal Camp y se volvió predicativo en cuanto se dio cuenta de que los necesitaba para ser, estar, existir.